Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE TENOCTILAN



Comentario

[Cómo el marqués derrocó los ídolos, y lo que sobre ello hubo.]


El marqués fue al patio de los ídolos, y había enviado de su gente por tres o cuatro partes a ver la tierra, y ciertos de ellos a apaciguar cierta tierra que Muteczuma dijo que se le rebelaba, ochenta leguas de México, y otros eran idos a recoger oro por la tierra en esta manera: que Muteczuma enviaba por su tierra mensajeros que iban con españoles, y llegados a los pueblos, decían al señor del pueblo: "Muteczuma y el capitán de los cristianos os ruegan que para enviar a su tierra del capitán, les deis del oro que tuviéredes". Y así lo daban liberalmente, cada cual lo que quería. Así que a la sazón que el marqués fue al patio de los ídolos tenía consigo poca gente de la suya; y andando por el patio me dijo a mí: "Subid a esa torre, y mirad qué hay en ella". Y yo subí y algunos de aquellos ministradores de la gente104 subieron conmigo, y llegué a una manta de muchos dobleces de cáñamo, y por ella había mucho número de cascabeles y campanillas de metal; y queriendo entrar hicieron tan gran ruido que me creí que la casa se caía.

El marqués subió como por pasatiempo, y ocho o diez españoles con él; y porque con la manta que estaba por antepuerta la casa estaba oscura, con las espadas quitamos de la manta, y quedó claro. Todas las paredes de la casa por de dentro eran hechas de imaginería de piedra, de la que estaba hecha la pared. Estas imágenes eran de ídolos, y en las bocas de éstos y por el cuerpo a partes tenían mucha sangre, de[l] gordor de dos y tres dedos, y [el marqués] descubrió los ídolos de pedrería, y miró por allí lo que se pudo ver, y suspiró habiéndose puesto algo triste, y dijo, que todos lo oímos: "¡Oh Dios!, ¿por qué consientes que tan grandemente el diablo sea honrado en esta tierra? Ha, Señor, por bien que en ella te sirvamos". Y mandó llamar los intérpretes, y ya al ruido de los cascabeles se había llegado gente de aquella de los ídolos, y díjoles: "Dios que hizo el cielo y la tierra os hizo a vosotros y a nosotros y a todos, y cría con lo que nos mantenemos; y si fuéremos buenos nos llevará al cielo, y si no, iremos al infierno, como más largamente os diré, cuando más nos entendamos; y yo quiero que aquí donde tenéis estos ídolos esté la imagen de Dios y de su Madre bendita, y traed agua para lavar estas paredes, y quitaremos de aquí todo esto".

Ellos se reían, como que no fuese posible hacerse, y dijeron: "No solamente esta ciudad, pero toda la tierra junta tiene a éstos por sus dioses, y aquí está esto por Uchilobos, cuyos somos; y toda la gente no tiene en nada a sus padres y madres e hijos en comparación de éste, y determinarán de morir; y cata105 que de verte subir aquí se han puesto todos en armas, y quieren morir por sus dioses".

El marqués dijo a un español que fuese a que tuviesen gran recaudo en la persona de Muteczuma, y envió a que viniesen treinta o cuarenta hombres allí con él, y respondió a aquellos sacerdotes: "Mucho me holgaré yo de pelear por mi Dios contra vuestros dioses, que son nonada".106 Y antes que los españoles por quien había enviado viniesen, enojose de [las] palabras que oía, y tomó con una barra de hierro que estaba allí, y comenzó a dar en los ídolos de pedrería; y yo prometo mi fe de gentilhombre, y juro por Dios que es verdad que me parece agora que el marqués saltaba sobrenatural, y se abalanzaba tomando la barra por en medio a dar en lo más alto de los ojos del ídolo, y así le quitó las máscaras de oro con la barra, diciendo: "A algo nos hemos de poner por Dios"107.

Aquella gente lo hicieron saber a Muteczuma, que estaba cerca de ahí el aposento, y Muteczuma envió a rogar al marqués que le dejase venir allí, y que en tanto que venía no hiciese mal en los ídolos. El marqués mandó que viniese con gente que le guardase, y venido le decía que pusiésemos a nuestras imágenes a una parte y dejásemos sus dioses a otra. El marqués no quiso. Muteczuma dijo: "Pues yo trabajaré que se haga lo que queréis; pero habeisnos de dar los ídolos que los llevemos donde quisiéremos". Y el marqués se los dio, diciéndoles: "Ved que son piedra, e cree[d] en Dios que hizo el cielo y la tierra, y por la obra conoceréis al maestro".

Los ídolos fueron bajados de allí con una maravillosa manera y buen artificio, y lavaron las paredes de la casa, y al marqués le pareció que había poco hueco en la casa, según lo que por de fuera parecía, y mandó cavar en la pared frontera, donde se halló el masón de sangre y semillas y la tinaja de agua; y se deshizo y le sacaron las joyas de oro, y hubo algún oro en una sepultura que encima de la torre estaba.

El marqués hizo hacer dos altares; uno en una parte de la torre, que era partida en dos huecos, y otro en otra, y puso en una parte la imagen de Nuestra Señora en un retablico de tabla, y en otro la de Sant Cristóbal, porque no había entonces otras imágenes; y dende [aquí] en adelante se decía allí misa.

Y los indios vinieron dende [aquí] a ciertos días a traer ciertas manadas108 de maíz verde y muy lacias, diciendo: "Pues que nos quitastes nuestros dioses a quien[es] rogábamos por agua, hace[d] al vuestro que nos la dé, porque se pierde lo sembrado". El marqués les certificó que presto llovería, y a todos nos encomendó que rogásemos a Dios por agua; y así otro día fuimos en procesión hasta la torre, y allá se dijo misa, y hacía buen sol, y cuando vinimos llovía tanto que andábamos en el patio [con] los pies cubiertos de agua; y así los indios se maravillaron mucho.

Y de esta manera estuvimos, y tenía el marqués tan recogida su gente que ninguno salía un tiro de arcabuz del aposento sin licencia, y asimismo la gente tan en paz que se averiguó nunca reñir uno con otro; y Muteczuma siempre daba a los españoles algunas sortijas de oro, y a otros guarniciones de espadas de oro, y mujeres hermosas, y largamente de comer.



[Cómo el capitán Pánfilo de Narváez vino por mandato de Diego Velázquez a prender y matar al marqués, y cómo le desbaratamos y cautivamos.]



En este tiempo Muteczuma habló al marqués y le mostró en una manta pintada diez y ocho navíos, y los cinco de ellos a la costa quebrados y trastornados en el arena (porque ésta es la manera que ellos tienen de hacer relación de las cosas que bien quieren contar)109, y le dijo cómo había diez y ocho días que habían dado al través en la costa, casi cien leguas del puerto; y luego vino otro mensajero que traía pintado cómo ya surgen ciertos navíos en el puerto de la Veracruz; y luego se temió el marqués que sería armada y gente que debía venir contra nosotros. Y llamome a mí, que en ese día había llegado de poner en paz ciertos señores de Cherula y Tascala que reñían sobre unos términos, y me mandó ir fuera del camino usado para que supiese qué se había hecho de la gente que él había dejado en la Villa Rica en la costa; y llevándome indios a cuestas de noche, y yo caminando de día a pie, llegué en tres días y medio a la Villa Rica, y ya habían hecho mensajeros al marqués el capitán de la dicha villa, y enviádole tres españoles que prendió de los contrarios.

Sabido [por] el marqués en México cómo el armada era de Diego Velázquez, gobernador de Cuba y de la gente que en ella venía, que eran, sin los que se perdieron en los cinco navíos que dieron al través, más de mil y tantos hombres, y que traían muy buena artillería y noventa de caballo y más de ciento y cincuenta ballesteros y escopeteros110; y con todo esto determinó de los ir a buscar, y envió a sus espías y corredores111 [por] delante, y luego él se partió tras ellos, y llevó consigo ciertos señores favoritos de Muteczuma y sus vasallos, y dejando poco más que cincuenta hombres en México en guarda de Muteczuma, con ellos por capitán a d[on] Pedro de Alvarado, que después fue gobernador de una provincia que se llama Guatemala, caminó para donde los españoles contrarios estaban. Y los que estábamos en la villa que estaba en la costa, porque éramos pocos nos subimos a una sierra, y cuando supimos que el marqués venía salimos a nos juntar con él.

En este tiempo hubo españoles de los de la compañía del marqués que a vueltas de112 indios de los que iban a llevar yerba y de comer a los españoles nuestros contrarios, se entraban desnudos y teñidos como los indios, y miraban lo que los contrarios hacían y decían. Y es así que el capitán que con esta gente venía dijo a los indios que él venía no a más que a soltar a Muteczuma y prender al marqués y matarlo; por tanto, que le ayudasen, porque luego se había de ir de la tierra en llevándonos de allí y matando al marqués113; y esto hizo mucho daño, y los indios le servían por mandado de Muteczuma, y también servían al marqués, puesto que ya algunos de los indios tenían al marqués buena voluntad.

El marqués con hasta doscientos y cincuenta hombres que tenía consigo, se fue a poner en un pueblo de indios cerca de sus contrarios que estaban en otro pueblo114, y desde allí envió mensajeros a Pánfilo de Narváez, que así se llamaba el capitán su contrario115; y a ruego de algunos de su compañía, el Narváez envió mensajeros al marqués, y se venían a concertar por voluntad del Narváez y de los suyos que darían al marqués en aquella tierra cierta parte de ella, y le harían cierto que no irían contra él en cosa alguna, y que podría estar a su placer hasta tanto que el rey mandase lo que fuese su servicio; esto se entiende que había de estar con su gente y por gobernador de la tierra que decimos que le querían dar.

El marqués lo comunicó con las más personas de bien de su compañía, y por su parecer de algunos el marqués aceptara el partido116; y finalmente el marqués envió a mover otro partido, y despachó los que en su compañía estaban mensajeros de sus contrarios, diciendo que si aquel partido que enviaba a decir quisiese el capitán Narváez aceptar [bien estaría, que] si no, que luego que sus mensajeros volviesen daría la tregua por quebrada.

Y así, luego que se fueron los mensajeros contrarios y los suyos se partió tras ellos, y anduvimos aquel día casi diez leguas, y en el camino salieron ciertos puercos monteses117 y venados, y los de caballo los alancearon, y fuese el marqués a poner a dos leguas de los contrarios. Y allí vinieron sus mensajeros a le decir cómo el capitán y los de su compañía se reían y burlaban de mover partido por nuestra parte, estando el nuestro tan bajo, y nos certificaron de la mucha y buena artillería que los contrarios tenían, y de cómo el capitán hacía mercedes de nuestras haciendas a los suyos.

Y allí cabo118 un río en presencia de los mensajeros el marqués llamó a todos sus compañeros, y les hizo una plática, diciéndoles: "Yo soy uno y no puedo hacer por más que uno; partidos me han movido que a sola mi persona estaban bien, y porque a vosotros os estaban mal no los he aceptado; y veis119 lo que dicen; y pues en cada uno de vos está esta cosa, según lo que en sí sintiere de voluntad de pelear o querer paz, aquello diga cada cual, y no se le estorbará que haga lo que quisiere. Veis [que] aquí me han dicho en secreto estos nuestros mensajeros cómo en el real de los contrarios se platica y tiene por cierto que vosotros me lleváis engañado a me poner en sus manos; por ende, cada uno diga lo que le parece".

Todos o los más le satisficieron a lo de llevarle engañado, y en lo demás le rogamos afectuosamente que él dijese su parecer; y muy importunado de todos para que primero lo dijese, dijo como enojado: "Dígoos un refrán que se dice en Castilla, que es: "Muera el asno o quien lo aguija"; y éste es mi parecer, porque veo que hacer otra cosa a todos y a mí nos será grande afrenta; y no porque hagamos lo que ellos quisieren, aseguramos todos las vidas, antes algunas correrán riesgo; pero sobre mi parecer ved el vuestro, y cada cual tiene razón de decir su parecer".

Y luego todos unánimes alzamos una voz de alegría, diciendo: "Viva el capitán, que tan buen parecer tiene". Y así, lo tomamos en los hombros muchos de nosotros, hasta que nos rogó lo dejásemos; e íbamos mojados porque había llovido, y con deseo de asar la carne de los venados y puercos que los de caballo habían muerto. Y fuímonos a poner a una legua de los contrarios, y mandonos el marqués que no hiciésemos lumbre porque no fuésemos vistos; y puestas centinelas y escuchas dobladas, quisimos reposar algún tanto, y no podíamos. Como veníamos mojados y hacía un aire muy fresco, el marqués recordó, o por mejor decir, como no podía dormir llamó sin tocar atambor, y dijo: "Señores, ya sabéis que es muy ordinario en la gente de guerra decir "al alba dar en sus enemigos"; y si hemos sido sentidos, a esta hora nos esperan nuestros contrarios; y si no nos han sentido [y] pues no podemos dormir, mejor será gastar el tiempo peleando y holgar lo que nos quedare des[de] que hayamos vencido, que gastarlo con la pasión que el frío nos da". Y así nos levantamos y nos hizo otra plática diciendo que aún teníamos tiempo de acordar si sería mejor pelear o no; y respondiéndole que queríamos morir o vencer, caminó. Y cerca del aposento de los contrarios, poco más que una milla, nuestros corredores tomaron una de [las] dos escuchas que los españoles tenían puestas, y el otro huyó120; y preguntando al que tomamos cómo estaban en su real, nos dijo que habían tenido nueva de [los] indios que íbamos, y estaban acordados de al alba salir a nosotros, y díjonos la manera de cómo estaba puesta la artillería y la orden que la gente tenía, y decía verdad; y el marqués dijo que no le hiciesen mal, porque lo querían ahorcar sobre que dijese verdad; y su compañero que se huyó dio mandado en su real, y allá se creyeron que íbamos allí a nos poner para gastar lo que de la noche quedaba, para al alba dar en ellos; y así tornaron a mandar que reposase la gente y al alba saliesen al campo; y con todo el capitán y ciertos gentileshombres se armaron y estaban despiertos y hablando en nuestra ida y teniéndonos por locos.

El marqués había apartado ochenta hombres para que fuesen a la casa del capitán sin se detener en otra parte, y procurasen de lo prender o matar; y para esto dio un mandamiento a un gentilhombre que era su alguacil mayor121, en que le decía: "Iréis adonde Pánfilo de Narváez está, y mándoos que le prendáis o matéis, porque así conviene al servicio del rey nuestro señor". Y de esto reíamos mucho algunos de nosotros. Y cuando llegamos junto a los contrarios llovía y había llovido, y el artillero tenía los fogones de los tiros122 tapados con cera por el agua; y así llegamos junto a las centinelas sin que nos sintiesen, e iban huyendo y diciendo: "Arma, arma"; y los nuestros tras ellos tocando arma con el atambor. Y estando en el patio de su aposento, el marqués mandó a toda priesa a los ochenta hombres [que] acometiesen a la casa del capitán, y él quedaba detrás de nosotros desarmando y prendiendo a los contrarios porque como tocó su arma y la nuestra junta, venían los contrarios a nuestra gente, creyendo que eran de los suyos, a preguntar "¿Qué es esto?"; y así los prendían. Y el marqués tuvo aviso de cortar y hacer cortar los látigos de las cinchas de los caballos, que como pensaban desde [aquí] a poco [tiempo] salir al campo, todos tenían ensillados sus caballos y comiendo; y algunos que acudían a enfrenarlos, como estaban los látigos cortados, en cabalgando luego caían, o desde [aquí] a poco.

Los ochenta hombres que delante íbamos fuimos a la casa del capitán, y tendría consigo hasta treinta gentileshombres, y delante su aposento tenía diez o doce tirillos de campo, y el artillero y otros, turbados y sobresaltados, quitaban unas piedras o tejas de sobre los fogones y cebaban sobre la cera, y cuando quisieron poner fuego vimos que los tiros no salían, y ganámoselos y peleamos con el capitán y con los que con él estaban. Y algunos hubo de nuestros contrarios que vinieron de fuera, y rompiendo por nosotros se metieron con su capitán, y retrajímoslos todos adentro de la casa, y no pudiéndoles entrar pegamos fuego a la casa, y así se dieron, y prendimos al capitán y a algunos de los otros.

Y luego, antes que la victoria se conociese, el marqués mandó gridar123, y a grandes voces decían los suyos: "¡Viva Cortés que lleva la victoria!"; y así se retrajeron a una torre alta de un ídolo, de aquel pueblo casi cuatrocientos hombres, y muchos de los de caballo o los más que adobaron sus cinchas y cabalgaron y se salieron al campo. Y aquí acaeció que como ganamos el artillería, algunos tiros se derribaron de do[nde] estaban, y otros habían llevado los nuestros, y como un caballero mancebo topase con ocho barriles de pólvora y un m.º 124 tonel de alquitrán, oyó decir que los enemigos se hacían fuertes y se salían al campo para aguardar la mañana y venir a pelear, y como no vio los tiros, con el deseo que tenía de ver por los suyos la victoria y porque creyó que los contrarios tenían el artillería que él echaba menos, se metió entre los barriles de pólvora, diciendo a otros compañeros: "Haceos afuera, y quemaré esta pólvora, porque los enemigos no la hayan y nos hagan daño con el artillería que tienen". Y con fuego que en la mano llevaba de un haz de paja encendida procuraba de quemar la pólvora, y como no podía por estar en barriles, con la espada desfondó uno de ellos [y] encomendándose a Dios metió el fuego dentro y dejose caer en el suelo porque la furia de la pólvora no lo tomase. Y acaeció que el marinero que sacó los barriles de pólvora del navío, sacó siete barriles de pólvora y uno de alpargates125, creyendo que fuese de pólvora, porque tenía la marca que los otros; y como metiese las pajas y fuego en el barril [de alpargates] y no ardiese, procuraba de abrir otro. Y a esta sazón el marqués vino por allí, que andaba peleando, y ya no hallaba con quién, y preguntó: "¿Qué es eso?". Y yo le dije lo que pasaba, y dijo: "¡Oh hermano!, no hagáis eso, que moriréis y muchos de los nuestros que por aquí cerca están". Y así se entró entre los barriles de pólvora, y con las manos y pies mataba el fuego.

Y llevada la pólvora a una casa pequeña de un ídolo donde él tenía algunos de los contrarios presos, y encomendádolos a un capitán, mandó traer algunos de los tiros, y batía en la torre donde los españoles estaban, y así se dieron; y mandó al capitán que tenía a cargo los presos que si viese revuelta alguna o que los del campo venían, matase a todos los presos, y esto le mandó decir en manera que el general de los contrarios y los demás prisioneros lo oyeron, y el general envió una seña a les mandar y rogar que viniesen a la obediencia del marqués, por le dar la vida a él y a los presos. Y así vinieron y se dieron a prisión, y así el marqués, haciéndoles quitar a todos las armas y tomando juramento de ellos y a otros la fe126, se aseguró de ellos, y desde [aquí] a dos días les mandó volver sus armas, quedando preso el capitán y algunos otros.







[De las lenguas de México.]



En lo que señoreaba México había utumíes, que [e]s la más antigua lengua, y es como vizcaínos127, no muy abundantes de vocablos. Hay tutunaques, lengua por sí. Hay teutecas, hay mistecas, hay zaputecas, macatecas, tenis y otras, que ninguna se entiende con la otra sino por propio intérprete. Chinanta es provincia por sí, pequeña, en sierras; no obedecía a México, y en ésta hay pueblos cada uno sobre sí, de diferentes lenguas: a veces son amigos unos de otros, a veces no. Hay [entre] los de Xalisco, especial en las sierras, gran diferencia de lenguas; y Colima, lengua por sí, y muchas. Zacatula por sí.





[Del orden que México tenía en su tributos.]



México tenía en su tiempo en el hacer guerra esta orden: que yendo a la guerra, al que se daba de paz no tenía sobre él tributo cierto sino que tantas veces en el año le llevaban presente a su discreción del que lo llevaba; pero si era poco mos[tr]ábales mal rostro, y si mucho agradecíaselo. Y en éstos no ponía mayordomo ni recaudador ni cosa; el señor se era señor. Los que tomaba de guerra decían tequitin tlacotle, que quiere decir, "tributan como esclavos". En éstos ponía mayordomos y recogedores y recaudadores; y aunque los señores mandaban su gente, eran debajo de la mano de estos de México; y éstos mandaban sembrar toda semilla y todo árbol para granjería a los vecinos y algodón, [a]demás de los tributos; y tenían casas grandes do[nde] hacían llegar la gente mujeres de cada pueblo o barrio a hilar, tejer, labrar; y [a]demás de todo esto en sabiendo que alguno tenía algo de codicia tomábanselo. De esto que así se tributaba como esclavos tenían su parte algunas señorías de cabo México, por razón que enviaron gente a la guerra.







[De las frutas y árboles de la tierra.]



Hay todo lo que acá de frutas y árboles. Hay de lo de allá muchas cosas de frutas y mantenimientos que no tienen semejanza a cosa de acá, y así no hay quien las dé a entender. Hay en mis pueblos, cerca de la costa, en una parte fuentes de pez [der]retida que sale como brea o como miera128, sino que hiede129, y cociéndola se espesa; y es buena para calafetar, y no entra por ella broma130, porque amarga.

Al marqués, acabado de ganar México, estando en Cuyoacan le llevaron del puerto un poco de arroz [e] iban entre ello tres granos de trigo, [y] mandó a un negro horro131 que lo sembrase: salió el uno, y como los dos no salían, buscáronlos y estaban podridos. El que salió llevó cuarenta y siete espigas de trigo. De esto hay tanta abundancia que el año de 1539 yo merqué buen trigo, digo extremado, a menos de real la hanega; y aunque después al marqués le llevaron trigo, iba mareado132 y no nació. De este grano es todo, y hase diferenciado por las tierras do[nde] se ha sembrado, y uno parece lo de cada provincia, siendo todo de este grano.

Hizo el marqués llevar todo género de ganados que en España se usan para granjerías, y bestias, y simiente de seda, y a ésta ha ayudado mucho el virrey don Antonio133, y así hay mucha.

Hay mucho alumbre134. Hay en Chiapa muchos veneros de ámbar amarillo, de lo que hay en las cuentas, cuajado y claro.

Hay todo género de metales mineros, desde oro hasta estaño. Hay todas colores135.

Hay, así en la provincia de Guatemala como en la costa de la Villa Rica, árboles de bálsamo, que dándoles una cuchillada manan por ella bálsamo136; y por traer más, hay algunos que cuecen de este palo y hojas, y des[de] que aquella agua se espesa dicen que es bálsamo; pero lo que sale como resina hace grandes obras en heridas, en dolores que proceden de frío137, y en mal de mujeres138.

Hay otros árboles que hiriéndolos sale por las heridas un licor como estoraque líquido, aunque de más suave olor, y es medicinal139.

Hay otros de do[nde] sale mucha cantidad de ánime blanco140, de que los naturales mucho usaban para perfumar sus ídolos e incensarlos y echar de ello en los braseros de los ídolos y por las esquinas de las casas de ídolos. Y tenían por los caminos sus ídolos, como nos[otros] cruces o humilladeros, y allí los caminantes ponían de esto, aunque no hubiese fuego. Otros ofrecían sangre que se sacaban de la lengua o de las orejas o del brazo o [del] muslo.

[De los sacrificios que hacían los naturales.]



En otro tiempo, cuando entramos en México la primera vez de paz, andando yo rondando vía en Uchilobos, mezquita mayor, que en siendo las doce en punto, lo cual conocían por ciertas señales del cielo, se levantaban y tocaban una bocina de un grande caracol, e iban al sacrificio todos, y oyendo en otras perrochias esta bocina, también se levantaban y cada cual, con ropa vestida según su divinidad, sacrificaba, o de su sangre o incienso o pajas mojadas en su sangre o papeles con ciertos caracteres.